En doce días el Madrid ha pasado de ser bailado a bailarín. De ser el convidado en la fiesta azulgrana a poner la música a todo trapo y dar lecciones de baile. De la peor actuación del año a la mejor de siempre. Porque hasta hoy el Real solo había vencido una vez en la Euroliga en el Palau: con Messina en 2010. Pero esta vez más que a un triunfo asistimos a una demostración de orgullo suprema. Un golpe en la mesa colosal, un desquite en toda regla. La mayor victoria del Madrid en territorio comanche en toda la historia del Clásico: +39 (63-102).

La mayor de siempre. Por encima del +23 de febrero de 1968 con Pedro Ferrándiz en el banco. Otra muesca en el revolver de Laso y sus chicos, otra línea rotulada con letras de oro en el libro de los récords. Contemplamos de nuevo una actuación descomunal de Sergio Llull, pero no fue eso. Fue mucho más. Fue el Madrid concentrado, duro de mente y ambicioso que le ha hecho campeón tantas veces en tan poco tiempo. Físico y duende, defensa y pegada. Randolph destrozó al adversario culé con tres tapones interestelares en la primera parte.

Picó como una avispa con mazo gordo y voló como una mariposa (18 puntos, 11 rebotes y 25 de valoración). Ni siquiera necesitó un alarde de precisión, le sobró con su clase y movilidad. Y esa determinación que le elevó en la pelea por cada rebote. Pura ansia de triunfo, como la de todos sus compañeros. El Madrid aisló de salida a Rice y desarmó por completo a un Barça que perdió los papeles… y los balones (5 extravíos de salida, 17 al final).

Barrido del parque por un maremoto, en cuya cresta de la ola, lo más visible arriba del todo, era la diferencia de intensidad y de puntería. Un ejemplo: mientras los azulgranas necesitaban siete triples para embocar el primero (Rice), los blancos contaban por entonces 8 dianas de 10 intentos: 28-53. El duelo había saltado por los aires antes incluso del descanso.

A Llull le sobró la segunda parte y en el minuto 21 sumaba ya su tanto número 20 (50 en apenas 48 horas, en dos partidos). Punto y final para la grada del Palau, que se marchaba en masa, pero no para el Madrid, que no aflojó.

La sangre manaba a borbotones e incluso así seguía mordiendo a su presa. Doncic, que tragó sapos y culebras en la derrota liguera (85-75), estaba en todas las batallas, como Reyes y un Nocioni crecido. Como antes Maciulis y más tarde Rudy. Mientras, Carroll cogía el relevo anotador porque atrás eran todos a una. Avanzaban los minutos y el diluvio universal arreciaba.

El Madrid dejó en blanco durante más de seis minutos a su rival en el último cuarto y la diferencia se estiró hasta un +47: 54-101. Palau anegado. La mayor derrota de siempre del Barcelona en competición europea. Por un momento el Real entró en el túnel del tiempo y miró a los ojos aquel equipo que derribó al Barça por 125-65 en 1973, o aquel otro que calcó diferencia en 1977 (125-65).

La diferencia es que aquello fue en casa y lo de este viernes, no. La mayor paliza de la historia en el Palau.

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