Quijotes. Crónica del España-Estados Unidos

Quijotes. Crónica del España-Estados Unidos, por Andrés Monje

Quijotes. Crónica del España-Estados Unidos, por Andrés Monje

“Soñar el sueño imposible, luchar contra el enemigo imposible, correr donde valientes no se atrevieron, alcanzar la estrella inalcanzable. Ese es mi camino” (Don Quijote de la Mancha, 1605).

Miguel de Cervantes creó a Alonso Quijano, que a sí mismo se hizo llamar Don Quijote, para retratar caminos no sólo ceñidos a un simple destino (el resultado) sino que se adentran más en lo puramente inspirador (el modo de llegar hasta él). Caminos como el que ha desarrollado, durante más de una década, la selección española de baloncesto.

Inmersa en el sueño de toda una vida, España tentó por tercera vez consecutiva en unos Juegos Olímpicos a Estados Unidos. Lo hizo pensando que simplemente competir daba el honor pero que una victoria significaba la eternidad. No lo sabía pero la alcanzaría intentándolo. Al igual que en las dos anteriores, España salió derrotada (76-82). Lo hizo ante un rival superior, uno que acumula 52 triunfos consecutivos en partidos oficiales FIBA desde que la seriedad volvió al modelo (última derrota, hace diez años).

El plan de Colangelo, con Krzyzewski en el banquillo y las caras reconocibles del sistema en la pista (siendo esta ocasión la de mayores ausencias olímpicas) ha devuelto a Estados Unidos a su lugar. El que le separa de los mortales. Pese a las circunstancias (que eran muchas y no pequeñas), España siempre ha sido Quijote, no dejó de soñar que era posible.

Realmente lo era.

España no era la de Pekín, tampoco la de Londres, pero enfrente tampoco había lo mismo. El plan trazado por Scariolo y su cuerpo técnico respondió a la posibilidad de hincar el diente a un conjunto más agarrado al caos de lo habitual y con mayores licencias al rival en muchos apartados, especialmente defensivos. El guión fue correcto pero la ejecución esfumó el intento.

Muy pronto la actual subcampeona olímpica, que llegaba tras asolar consecutivamente a Lituania, Argentina y Francia, se toparía con sus principales vías de frustración. Que durarían toda la noche. En defensa se exhibió una respuesta óptima en lo individual ante Irving (sobre todo al principio) y Durant, los principales generadores de puntos en uno contra uno, se fijó una marca eficiente para el pick&pop anteAnthony y se redujo a cero la transición americana. No era precisamente poco viendo la dificultad del desafío… pero ante otros elementos no hubo tanto éxito.

Pau Gasol, protector de aro (y que jugó con molestias en el gemelo derecho), tuvo que salir a cada ayuda ante penetración y su espalda no la supo cubrir nadie. Ese hecho, unido a la diferencia de tamaño en el perímetro (escoltas y aleros de más de dos metros y superatléticos) cuando los estadounidenses atacaban el rebote, generó un tsunami en las capturas del aro español. Defenderles un tiro es complejo, concederles más y con la defensa desajustada es directamente imposible. España permitió 10 rebotes en los primeros 11 minutos de partido, generando un sinfín de segundas oportunidades que ante semejante adversario se convierten automáticamente en pecado mortal.

Como así fue.

En ataque Pau, puntualmente vestido de superhéroe para la ocasión, mostró el camino. Lo hizo en tramos clave, marcando no sólo la invitación al resto sino una en momentos que pudieran elevar la moral y proyectar el rendimiento. Gasol anotó todos sus puntos en el primer cuarto (12) y en el tercero (11), buscando lanzar la estampida colectiva. Pero esta no llegó.

La lectura ofensiva española iba a resultar buena, buscando situaciones en poste bajo ante un rival que cambiaba por inercia en cada ajuste y las permitía. Se encontraron tiros librados sacando el balón fuera y los errores no forzados se minimizaron (sólo 11 pérdidas). Pero los tiros no entraron. El triple debía dar oxígeno a España y sin embargo se lo acabó negando. El 8/26 se vestiría de condena.

Los de Scariolo sobrevivieron al tibio inicio, especialmente por la falta de dureza defensiva y en balones divididos. Cuando el ogro alcanzó la decena de renta (20-30, min.13), la segunda unidad irrumpió en escena para volver a creer que la heroicidad era posible. Que los gigantes no eran tan grandes. Willy Hernangómez fue vitamínico en la zona y Navarro aprovechó en el costado ofensivo lo que Estados Unidos le acabaría castigando en el otro (especialmente con el emparejamiento ante Klay Thompson). España volvió a la vida, se agarró a un clavo ardiendo y se situó a seis puntos (27-33).

Mantendría después la desventaja hasta la media parte (39-45) a pesar del concierto solista de Thompson(17 puntos al descanso y 22 al final), un extraterrestre de tiro. Scariolo probó después con Llull de uno, parte del plan ante Irving y Gasol pudo descansar seis minutos. Llovía, porque las sensaciones de fluidez de los campeones europeos eran reducidas. Pero se había encontrando un resguardo.

Dulce Irving y terminal Jordan

La reanudación no encontró solución a las dos principales vías de agua, que serían las que acabarían por hundir la embarcación lenta pero inexorablemente. En la zona defensiva cada paso adelante de Pau al tratar de ayudar se traducía en una segunda oportunidad o desequilibrios fáciles para anotar. En ataque se encontraban tiros cómodos pero no acierto.

Para colmo aparecieron Irving (13 puntos), abrazado a su don individual (especialmente en bote y tiro) y produciendo puntos por sí mismo, y Jordan (16 rebotes y 4 tapones), que a medida que creció el cansancio de Gasol fue agigantando su influencia en las dos zonas. Irving solo necesita un bloqueo a ocho metros del aro para hipnotizarte con su melodía técnica, seguramente la más pronunciada del planeta; Jordan por el contrario no sabe lanzar un balón a cuatro metros del aro pero eso no impide que sea terriblemente útil. Y en ocasiones hasta devastador. Su juego por encima del aro destruyó la defensa española y su poder intimidatorio amedrentó el ataque del rival. Ambas cosas a la vez.

Estados Unidos amenazó de nuevo la fuga (50-61, min.27), tras enviar a la lona a una España gripada y que añoraba el fuego ofensivo de sus dos principales fuentes de chispa. Ricky Rubio desde lo creativo y Nikola Mirotic desde la ejecución. El primero estuvo incómodo y el segundo directamente no estuvo, ya que llegó con cuatro faltas personales al descanso. Pau siguió, cual martillo, haciendo creer que aquello era posible. Pero cada vez parecía más Quijote en solitario, solo no podría.

Pese a todo, con el partido en el alambre (57-72, min.32), el loco Alonso Quijano volvió a batallar. España se agarró  a una zona de ajustes atrás, que corrigió en parte la hemorragia en el rebote, y fue aprovechando progresivamente cada despiste defensivo de su rival. Que al igual que durante todo el torneo fueron numerosos en el lado débil (aquel en el que no se encuentra el balón).

Lo humano de caer y lo divino de permanecer

Sergio Rodríguez tuvo un triple librado para deducir la renta a seis puntos a apenas tres minutos del final. El aro escupió el balón y tradujo el esfuerzo previo a algo baldío. España acabaría remando más por fe que por opciones reales, ganando el último parcial y dejando la diferencia en seis puntos, la menor que estos dos equipos tuvieron entre Pekín, Río y Londres.

La realidad fue que no estuvo tan cerca esta ocasión. España fue mucho más Quijote que otras veces porque su grado de ejecución, el punto diferencial en el deporte de élite, ha descendido. Como marca la ley natural. Lo ha hecho en áreas clave y que le dificultan enormemente alcanzar su plenitud de forma tan habitual.

Pero sí compitió España. Le sostiene ese nervio interno. Y lo hizo en buena medida por aquellas batallas que había perdido antaño, aquellas en las que de verdad creyó que podía derrumbar a un conjunto de otra esfera. Ese espíritu fue el vehículo de superación de una selección para la leyenda, porque todo aquello que fue capaz de lograr sólo resultó posible por su capacidad de imaginarlo antes y su hambre perpetua para alcanzarlo.

Contaba el mexicano Carlos Urzaiz, en su obra ‘Cervantes en Yucatán’ (1992), que Alonso Quijano murió pero su legado, Don Quijote, permanecería siempre vivo. 24 años después de esas palabras, con muchas más batallas a cuestas, mucho menos oxígeno en los pulmores pero la misma ilusión en el alma, doce Quijotes salieron al parqué de Río pensando que la eternidad era posible. Que nuevamente lo era.

Perdieron. Pero fue el camino y no el resultado el que les ha permitido serlo, por herencia del visionario Quijano. A esta España -que jugará el domingo por el bronce olímpico- ya no se la llora,  a esta España se la celebra. Y ha de suceder así por haberse ganado algo de una dimensión diferente, por encima de triunfos y derrotas, de éxitos y fracasos vistos desde un umbral de apenas cuarenta minutos.

Esta España pertenece ya, por derecho propio, a la memoria colectiva del baloncesto FIBA.

Y ese será su principal legado

Fuente://www.gigantes.com/