Monumento al alemán

Germán Beder Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

| 13-06-2011

Nowitzki, sin jugar del todo bien, lideró a Dallas a otro triunfo ante Miami (105-95) y selló la serie final de la NBA por 4 a 2. Primer título en la historia de la franquicia.

Sólo le faltaba un anillo a Dirk Nowitzki para ratificar su condición de estrella máxima de la NBA. Bueno, ahora lo tiene. El alemán tuvo tres pésimos cuartos pero un cierre excelente y lideró a Dallas al primer título de la franquicia (31 años de vida) tras superar a Miami por 105 a 95 y sellar la serie final 4-2.

Hay varios argumentos para justificar este desenlace: el primero y más importante es que un equipo se enfrentó a tres estrellas. Y el resultado fue obvio. Porque si además se añade que una de esas tres estrellas, Lebrun James, jamás pudo ratificar su status en instancia de playoffs, el escenario es más comprensible. Los Mavericks fueron sólidos durante casi toda la serie y elaboraron su consagración a partir de la defensa. También tuvieron las suficientes variantes para exceder las mínimas lagunas del alemán, quien en este juego definitorio, por ejemplo, llegó al último cuarto con un flojo 4-21 de cancha.

La figura del partido fue Jason Terry, integrante de aquel plantel que perdiera las finales de 2006 justamente ante los Heat (“Cada vez que me acostaba pensaba en esa derrota. Llegó la revancha”, reconoció tras la consagración), quien concluyó con 27 puntos. Nowitzki lo siguió con 26 (diez en el último chico) y 11 rebotes y finalmente fue elegido sin margen de discusión como MVP de las finales.

Si hay un sello distintivo para este nuevo campeón, ése debe llevar la palabra “revancha”. La venían buscando desde la mencionada caída con Miami y muchos de sus jugadores traían bajo sus espaldas muchísimas derrotas dolorosas. Jason Kidd es, acaso, el mejor ejemplo: 38 años (segundo jugador más veterano en ser campeón), 17 en la liga, 142 partidos de playoffs, dos finales y ningún anillo. Ya nadie va a poder cargarlo. Tampoco al DT Rick Carlisle, eternamente juzgado por su poca mano dura. Y tampoco a JJ Barea, el puertorriqueño al que acusaban de no poder jugar en la NBA por ser tan petiso (acusa un mentiroso 1,83). Con un título se los mirará diferente. Por siempre.

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