La ley de O'Neal

La carrera de uno de los pívots más difíciles de contener de la historia del baloncesto ayudó a la NBA superar el cierre patronal de 1998 y la nostalgia por la marcha de Michael Jordan.

La carrera de uno de los pívots más dominantes de la historia ha marcado las dos últimas décadas del deporte mundial. Portador de una simpatía innata que le convirtió desde pronto en una referencia mediática, el sheriff impuso su ley dentro y fuera de las canchas como muy pocos han hecho en la historia del baloncesto.

Parece una locura que un jugador que estuvo durante diez años por encima de los 26 puntos y 10 rebotes por partido haya sido galardonado solo una vez como MVP de la temporada. Al igual que le ocurrirá a Kobe Bryant, la NBA no ha sido justa con su rendimiento. Convivir con Jordan no ayudó a su palmarés personal, como tampoco lo hizo la aparición de Tim Duncan, mucho mejor valorado por la prensa en años donde la liga era cosa de ellos dos. Lo cierto es que ha sido el pívot más dominante de su generación y sin duda habla el idioma de Wilt Chamberlain, Bill Russell y Kareem Abdul-Jabbar y otros pívots legendarios que se cuentan con los dedos. Y es que la carrera de Shaq le hace merecedor de un puesto en el Olimpo.

Bill Russell fue más determinante defensivamente, Chamberlain más anotador y Kareem se mantuvo más tiempo al más alto nivel, pero el poderío en la pintura de Shaq, especialmente en los ocho años que pasó en los Lakers, tiene un merito incluso mayor que sus antecesores. La ley marcial que impuso O'Neal en pleno siglo XXI, plagado de miles de sistemas tácticos y de rivales de postín, es un caso irrepetible. No hay que quitar merito a lo que otros grandes han hecho, pero el nivel de la competición en la época de Shaq era mucho más exigente que el que vivieron los antecesores.

Pocos jugadores han despertado tantos quebraderos de cabeza en los entrenadores rivales, obligados a inventarse maniobras de circo para limitar el poderío de O'Neal en el partido. Su punto débil, el pobre acierto desde la línea de tiros libres, sirvió de vía de escape para que casi toda la liga ejecutara el famoso Hack-a-Shaq para mandarle a la línea de personal una vez que recibía en la pintura. Cuando tenía la posesión no había ser humano que le parase en uno contra uno sin infringir la legalidad.

Solo en una temporada superó el 60% de acierto desde los 4.50, lo que habla muy mal de su perseverancia. Y es que el mítico pívot ha fallado 5.317 tiros libres a lo largo de su carrera. Tampoco cuidó el físico, plantándose en octubre con unos niveles de sobrepeso perjudiciales para la salud. Si se hubiera preocupado por ese aspecto quizás no habría acusado tanto sus problemas con rodillas y tobillos en los últimos tres años de su carrera.

Su capacidad para rendir en los momentos en los que se requería su presencia también es otro de los aspectos que le han encumbrado. Su poderío en las tres finales que ganó con los Lakers (2000,2001 y 2002) habla a las claras de no había vida en la NBA fuera de la ley de Shaq.

Una vez acabada su época baloncestística resulta obligado especular sobre su legado. Lo normal sería que los Lakers retirasen el número 34 del Staples Center. En ocho años allí devolvió al equipo a la élite, ganó tres anillos y fue elegido MVP. Orlando, donde pasó a un nivel extraordinario sus cuatro primeros año en la liga, también podría apuntarse el tanto. Sería imperdonable que su paso final por Miami, Cleveland y Boston provocara que cualquiera de estos dos equipos se replantease la idea. Su último partido profesional fue con los Celtics, pero los Lakers habrían tardado mucho en recuperar sus días de gloria sin el dominio de ‘Twister’.

Shaq deja la liga sin sucesor aparente. Dwight Howard tiene físico, pero no el talento ofensivo del gran Aristóteles. Las palabras de Andrés Montes, escandalizado ante la fuerza de la naturaleza que tenía ante sí, expresan a la perfección lo que el risueño pívot fue para el baloncesto: “¡El artículo 34: hago lo que quiero, cuando quiero y porque me da la gana!”.

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