
George Karl, su último entrenador, decía de él que “su fuerza estaba en sus ojos y en la manera en que se mostraba, en su actitud. Parecía que no tenía miedo a nada”. Es, posiblemente, el mejor resumen que se puede hacer de un hombre que puede llamarse pionero en el sentido más literal de la palabra.
Fernando Martín (1962-1989) fue el jugador de baloncesto que abrió la puerta a los Pau Gasol, José Manuel Calderón, Rudy Fernández (ese All Star con su camiseta que le descubrió a la generación ‘millenial’), Ricky Rubio y compañía. Sin su corto paso por Portland Trail Blazers no se entendería el baloncesto actual para España.
Irónicamente, su año en Estados Unidos es por lo que pasó a la historia de la pelota naranja, pero no fue ni mucho menos el sitio donde triunfó. De hecho, todo lo contrario: disputó 24 partidos, todos ellos como suplente, a una media de poco más de 6 minutos por partido. 0,9 puntos, 1,2 rebotes y 0,4 asistencias son sus estadísticas allí, nada que ver con cómo rompió la manera de entender el baloncesto en España, especialmente en su Real Madrid.
Como tantos otros, salió de la cantera del Estudiantes para poner dirección al club de Concha Espina. Allí formó parte del equipo de los Corbalán, Romay, Biriukov, Iturriaga o el legendario Drazen Petrovic, con quien compartiría trágico final. Por el camino logró 4 Ligas, 3 Copas del Rey, 2 Recopas de Europa, 1 Copa Korac… Pero todo esto son sólo números.
Fernando Martín fue mucho más que un jugador de baloncesto. Él y su hermano Antonio (actual presidente de la ACB) formaron parte de una generación legendaria, opacada por los éxitos de hoy, pero que convirtieron su deporte en el nacional por momentos por encima del fútbol. Fueron los primeros años de gloria de la selección de basket, con las platas del Eurobasket de Nantes de 1983 o, sobre todo, la olímpica de Los Angeles’84. Liderando aquel equipo estaba este pívot de 2,05 metros, con un juego exterior virtuoso y una capacidad bajo aro fuera de toda duda.
Fernando Martín formó parte de la selección española de la plata olímpica de Los Ángeles'84
Capaz de fajarse con jugadores más fuertes que él, dispuestos a todo por un balón como la agresiva Yugoslavia de Kucoc y Petrovic, o los Estados Unidos de Pat Ewing y el mismísimo Michael Jordan. Todos los que jugaron con y contra Fernando Martín tenían claro que no era un pívot al uso.
Tras su corto paso por la NBA, decidió regresar a Madrid, su hogar. En el Real Madrid le recibieron con los brazos abiertos, convertido ya en una leyenda. Él, tímido y poco dado a los grandes aspavientos, aún jugó tres campañas más vestido de blanco hasta que un 3 de diciembre de 1989 se dejó la vida en la carretera. España había perdido a uno de sus grandes mitos del deporte, a un referente que trascendió el baloncesto.
Pero no fue su muerte lo que le hizo un hueco en el imaginario colectivo, sino su legado y su filosofía vital, resumida en una frase que se quedó corta por lo que luego supuso: “El baloncesto no es fundamental en mi vida. Lo único esencial es sentirme un poco necesario y un poco querido”