A diferencia del baloncesto de equipo, que conserva en el tiempo unos patrones estables, el baloncesto individual, el que define jugadores, tiende a romper con el pasado, a alejar y menguar lo anterior y en algún caso a humillarlo. Por eso no podemos enfrentar a Mikan y Shaq sin caer en el sadismo. Como tampoco ignorar que Paul George simboliza algo muy moderno que amplía de paso las fronteras de la posición más abierta de todas. George se nos ha echado encima en una era que creíamos blindada a James y Durant.
Su entorno es además ideal.
Parecían los Pacers venir a replicar el modelo Pistons 2004, o sea, una dictadura democrática sin un líder exclusivo, repartiendo y camuflando la munición así como para complicar las cosas a todo adversario. Pues va a ser necesario crear otra analogía porque George empieza a no caber en democracia. Ni en la de su equipo ni en la del promedio de competición.
Prometía Roy Hibbert conquistar el DPOY dejando a su compañero las siglas mayores del MVP. Y nadie se lleva las manos a la cabeza porque ambas son perfectamente posibles. Es más, de la mano. Porque con ambos juntos en pista el equipo rival anota menos que cualquier otra doble combinación, uno de tantos motivos por los que la élite NBA empieza a temer, de verdad, a Indiana Pacers.
Exponer que este proyecto casi perfecto domine el primer tramo de competición resulta menos interesante que hacerlo con un jugador que de forma rápida y silenciosa, al modo frío y sibilino de los reptiles, se ha filtrado entre los mejores del mundo. Y va a ser difícil sacarlo de allí.
Paul George es de hecho la más seductora novedad a seguir hoy en día. Porque menos que destacar su calidad, que es como poner luces al sol, urge hacerlo con su fascinante condición de vanguardia. George es un neologismo que gratifica poder descifrar, sobre todo por cómo se ha dado su entrada al estrellato.
No se suponía que George viniera a ser el jugador que ha llegado a ser, como denunciaba Cole Patty recordando su salida de Fresno State en 2010. Indefinido y algo enclenque, como frágil y blando, George carecía de solvencia con balón y un lanzamiento fiable del que se ignoraba hasta el rango. Indiana desesperaba por hacerse en aquel draft con un base. Y al no poder lograrlo tocó adquirir un alero antes de cumplir Larry Bird su capricho por Lance Stephenson. Y así las crónicas se preguntaban a santo de qué sumar otro alero.
El caso es que tanto Jim O’Brien, que iba a durar poco, como Frank Vogel acordaron dar al novato un papel relevante en el banquillo para suplir a Danny Granger cuando su condición de all star y su extensión del contrato (60/5) movían entonces a discutir su techo. Pero nunca su papel estelar, una titularidad incuestionable.
Vogel fue inteligente. Cuando se empezó a oler lo que tenía con George entre manos resolvió romper el guion dando salida a la vez a los dos jugadores, lo que obligaba al más joven a llevarse cada vez mejor con el balón y con la pareja interior (Hibbert y West).
A estas alturas lo sabemos de sobra. La lesión de Granger no fue un mal para Indiana. Lo fue exclusiva y terriblemente para él. Su ausencia concedía así a Paul George el espacio vital necesario para una potencia en ciernes que precisaba alimentarse además de base y escolta. Y aquel nuevo escenario propició un inesperado crecimiento del equipo y, en consecuencia, el blindaje sin vuelta de hoja del más temible quinteto del campeonato.
Los Pacers no fueron finalistas en junio por un puñado de minutos. Insinuaba por ello Paul George que de entonces a hoy no pasan tres días sin olvidar lo ocurrido. “El próximo será nuestro año”, consolaba al vestuario tras aquella derrota en Miami. La serie fue el más serio aviso que puede dar un proyecto adulto antes del ataque final. Pero lo ocurrido es también que donde estaba Granger está hoy George elevando al cubo el valor de los Pacers.
Tampoco deja de ser curioso su proceder cada noche. George suele arrancar con suavidad y en algún momento del partido, preferiblemente el tercer parcial, entra en ritmo para romper el marcador. Y lo hace de manera dulce y despaciosa, con la insultante condición del que se sabe superior. “Dejo que el partido me llegue hasta entrar en mi zona de confort”. Así lo sufrieron, por ejemplo, Bulls, Pistons (14 pts) y Raptors (17). Y lejos de darse a solas esa repentina explosión viene arropada del subidón defensivo del grupo al completo (Toronto cayó al 34.1% en la segunda mitad). Indiana no quiere ni sabe perder los terceros cuartos.
Nada es casual en este temible proyecto. No cuando Frank Vogel dice además querer liderar la liga como el equipo que menos faltas cometa con la mejor defensa posible. En tres años el joven técnico de New Jersey, otro antiguo coordinador de vídeo como Spoelstra, ha elevado a los Pacers de la duodécima posición en eficiencia defensiva a la primera del campeonato.
Es George un caso extraño. Al premio del jugador con mayor progresión de la pasada campaña acompañaba un registro según el cual el único en acumular más de 140 robos y 50 tapones había sido él. Por cosas así los inspectores del talento cotizan a precio de oro la envergadura en los aleros. El jugador más joven de los 10 primeros votados para el DPOY el año pasado es un holgado defensor de acompañamiento, de sombra generosa, que deja aire al atacante haciéndole creer que puede para valerse después de brazos alienígenas y un desplazamiento inferior de espejo con que maniatar toda primera intención. En la defensa al hombre George resulta majestuoso. Es la versión a ras de suelo del gigantesco Hibbert.
George también nos avisó en ataque el pasado curso. Consigo en el banco el diferencial del equipo caía en negativo (-2) mientras que en pista estallaba a favor (+5.3). Según destacaba Bradford Doolittle la combinación de usage y true shooting percentage eleva a George a una categoría concebible en Kevin Durant, al que empuja sin miramientos por visión de juego y producción defensiva.
Pero muy por encima de todo esto el premonitorio autor de la primera canasta de la temporada es un deleite visual. Un neologismo elegante, dulce y suave en las formas, con una cadencia propia de la superioridad arrogante, un sentido sublime de la finta y una presencia imponente que encarna la belleza del alero esbelto y moderno. En torno a los 2.07 de estatura Paul George se desliza con la insultante parsimonia del talento y serpentea las defensas con una frecuencia de zancada que empequeñece al rival.
Un jugador capaz de finta en reverso y paso abierto en menos de un segundo personifica un talento noble, algo muy sofisticado que camufla su poder real en una especie de estado latente, como a la espera de dar un paso muy grande, quizá definitivo. Por eso ha exhibido a cuentagotas los acelerones típicos de poder del jugador total, humanamente indefendible.
Son extremadamente raros, como acertaba en recordar Chris Ryan, los híbridos válidos para competir en mates y triples, así como el joven Ray Allen. Paul George podría hacerlo noche tras noche.
Es tan asombroso que los analistas empiezan a devanarse los sesos buscando el área débil, allá donde quepa estimularle a mejorar. Y lo han encontrado en el mismo punto de exigencia que en James dos años atrás: el juego al poste bajo, allá donde sus posesiones se marginaron en un 5.7% la pasada campaña.
De momento tampoco le hace falta. George es junto a Wilt Chamberlain (1960) y Dave Bing (1970) el único jugador en anotar como mínimo 20 puntos cada noche de un estreno de 8-0. Y a velocidad de crucero.
“I wanna be great, I wanna be a halloffamer, I wanna be remembered”, expresaba en términos de ambición.
Con Paul George asistimos además a otro hijo del futuro. Porque así lucirán los aleros antes de mitad de siglo, como moldes de versatilidad concentrada en cuerpos finos y plásticos como diseñados en un laboratorio, así como Pippen fue capaz de proyectar el devenir de esa misma posición.
Fuente:es.eurosport.yahoo.cok
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Gonzalo Vázquez