“I’m a huge defender of Pau but even I think he needs a change of scenery at this point. Maybe Atlanta. Toronto. Spain. Antarctica. Saturn. Anywhere” (Rey Moralde, Blue&Gold). Del inmenso volumen de energía negativa sobre Gasol en los últimos meses tal vez nada como esta lapidaria emoción, una cualquiera de miles, volcada en uno de los principales hogares de la crónica angelina diaria. De cómo se ha podido llegar a esta terrible situación puede abreviarse en pocas líneas.
De entrada acertaba Eric Pincus en señalar que la emergencia de Andrew Bynum como interior dominante había desplazado a Gasol de la pintura. Un proceso lento y silencioso que la llegada de Dwight Howard y su natural necesidad de espacio bajo el aro instalaron como punto de partida.
Este diseño inicial –Howard dentro, Gasol en espera– no era inocente. Fue omitido el embuste táctico que suponía. Mientras innumerables cronistas del proyecto se preguntaban dónde estaría el techo de la mejor pareja interior de la liga no se supo ver que la pareja interior no lo era en realidad. Que uno de sus miembros no ejercía en la práctica como tal. Mientras Howard preservaba su papel interior de siempre Gasol no lo haría más que de manera nominal. Seguía estando fuera, donde para colmo la nueva potencia de perímetro –Nash, Kobe, Metta– no sabría muy bien en qué términos contar con él.
Esta ecuación ni fue resuelta por Brown ni lo ha sido por D’Antoni. De hecho la herida sigue abierta desde la marcha de Phil Jackson. De ahí que Pau Gasol haya sido, con diferencia, el jugador más afectado por la desaparición del Triángulo Ofensivo.
Durante su práctica (2008-2011) Gasol ejerció como lujoso vértice en la circulación del balón contando además en la continuación de los ataques. A día de hoy esta segunda fase ha desaparecido de raíz. Y va para año y medio. En realidad no hay fecha de origen para el momento en que Gasol dejó de contar en todo tramo de creación como una opción natural, continuada. A la ausencia de Nash incluso fue barrido del pick’n roll (*).
*Sin interiores ni finalizadores alrededor la mayor fortaleza de Steve Nash ha venido quedando también en entredicho.
Todo ello deja a Gasol tácticamente desangelado, perdido y fuera de sitio, sin conexión real con cuanto ocurre. Ni dentro ni fuera. De ahí que cuando todo hace aguas su figura se convierta en fácil diana.
Para entender mejor qué ha podido ocurrir en su caso particular conviene una breve panorámica de un proceso mucho mayor que también ha podido causarle daño.
En el baloncesto anterior, aún prevalente en los años noventa, el base tenía una relación más directa con el interior y éste a su vez con el aro. En dos pulsos –pase y tiro– podía resolverse un enorme volumen del juego de ataque. Con el paso del tiempo este sencillo esquema ha sufrido un vaciado radical y todo ese espacio intermedio ha experimentado una creciente complejidad. Ahora el interior ya no es el destino primario del base, ni el aro el primer destino de aquél. Gracias a esto lo más inteligente del juego en Gasol pudo por fin explotar. Pero a costa de otro peaje: su relación con el aro.
Con insistente frecuencia a lo largo de toda su carrera Gasol fue un finalizador ocasional. Una natural discreción –que por ejemplo enervaba al agitado Jason Williams– y la costumbre de los años hicieron el resto. Si Gasol no ejercía de alero terminal –al modo del joven Stoudemire– dependería en altísimo grado de que el juego coral funcionara. Y si este no lo hacía su tarea como interior se vería dolorosamente difuminada. Y en este punto estamos.
Dicho en términos reales, en lo que a sus pesados minutos en pista respecta, Pau ocupa un espacio intermedio donde está, con balón, constantemente pendiente de los bloqueos y, sin él, del pase a los cortes que apenas se producen o rara vez en buenas condiciones. Es posible cuestionar mil matices en Gasol pero no su natural papel de sustento, un papel que aún hoy repite Kobe Bryant: “Nos facilita el juego a todos”.
La llegada de Steve Nash sumaría otra crucial intervención en el juego. Pero abriendo un nuevo problema: un ventilador ofensivo que precisa de tanto espacio de creación en el perímetro como Howard en el interior. Si ambos tramos están, pues, ocupados y el guion táctico no precisa de línea intermedia el papel de Gasol con balón estaría condenado a ser residual, dolorosamente accidental. Tal cual ha ocurrido. Y ya sin espacio entre medias ni destino para el resto se ha descubierto a un Gasol inédito que llega a deambular por los aledaños del triple, allá donde su valor acaricia el susurro.
Cabe entonces observar el escenario y preguntarse cómo obtener rendimiento en tales condiciones. Cómo volver a brillar como sustento de una construcción que no funciona.
Si la realidad se empeña en demostrar que no hay manera de recuperar a Gasol, de que le es imposible escapar a su rol de apoyo, sin más, no habrá consecuencia más grave ni peor escrutinio público que preguntarse a qué emplear 19 millones de dólares en un gestor de bloqueos y poste alto de distribución. Lejos de ser una especulación así quedó aprobado su rol en el equipo tras la reunión por la derrota ante los Clippers del 4 de enero. Mike D’Antoni resolvió que Nash y Gasol serían losfacilitators del ataque.
El problema es que una consecuencia positiva de este papel es más bien rara. Pudo verse, a su regreso a pista, en el 16-4 a los Bobcats de diciembre que invirtió el signo del partido antes de que D’Antoni lo sentara en el último cuarto con el arreglo ya hecho. Es decir, incluso funcionando las demandas Gasol fue apartado.
En el fondo D’Antoni comete el error de creer poder replicar en Gasol al David Lee neoyorquino. A su mando, el papel del ahora jugador de los Warriors como poste alto brindaba, y con éxito, la ocasión de penetrar desde su posición, cualquiera ligeramente abierta al igual que sucedía en el Webber de los Kings con Divac adentro. Es de lamentar que esa opción en Gasol haya desaparecido desde sus tiempos de Memphis, y apurando, desde sus tiempos imberbes. Hace demasiado tiempo que Gasol elude el 1x1 con el aro de cara en todas sus formas.
En buen modo la principal razón esgrimida por el técnico angelino, como si fuera la única, atañe al cansancio, a un mal estado físico que incluye la tendinitis. Y aun pudiendo ser cierto no explicaría más que una sola parte del problema, anterior a cualquier fatiga.
Todo lo antedicho, repetido por buena parte de la prensa americana, convertiría a Gasol en víctima de un desfile de sistemas penosamente improvisados que de un modo u otro siguen marginándole como prioridad.
Sin embargo, ésta sería también una visión sesgada. Porque el propio jugador sufre un bajón que nada justifica pasar por alto. Una deflación que va de lo físico a lo técnico y que ha causado la mayor depreciación de su valor de mercado conocida hasta la fecha.
Desde el año 2003, y alcanza ya la década, Pau Gasol nunca se vio fuera de los veinte jugadores con mayor valoración (PER) de toda la NBA. En 2007, aún en Memphis, Gasol terminaba el año como séptimo jugador en eficiencia de entre los cuatro centenares que vertebran la liga. Y no fue hasta la temporada pasada que Gasol abandonó esa élite. A día de hoy Gasol ocupa la posición número 148 en la liga y sus guarismos han tocado fondo como nunca antes.
Algo así no puede deberse exclusivamente al curso del equipo –por muy nefasto que resulte–, del que Gasol, además de consecuencia, es también causa. Y muy cara.
Sugería Bill Plaschke que D’Antoni ha demostrado no saber muy bien qué hacer con Gasol. Pero tampoco Gasol qué hacer por sí mismo en un entorno algo crítico. La presunta virtud de su obediencia táctica debería haber sido mínimamente compensada con arrestos de lo que su valor como jugador hace presumir. Y la renuncia a esto último empieza a durar ya demasiado.
Su aparente falta de intensidad se remonta incluso a los últimos tiempos de Jackson, al extremo de protagonizar ambos una escena insólita en la dilatada carrera del técnico. Por igual motivo el ángel y demonio Kobe Bryant, de condición y carácter diametralmente opuestos a Gasol, no ha reparado a menudo en declaraciones nada cómodas hacia su compañero que pretendían hacer de estímulo. De momento sin grandes resultados.
Por desgracia, y aquí lo más grave, una radiografía visual sobre el Gasol de pista pasa por contemplar con dolorosa frecuencia a un jugador al que las cosas han dejado de salir bien, a un vaciado de poder interior, a unas manos blandas y escurridizas, a una repentina debilidad defensiva, a una pérdida de velocidad y reacción, a una desaparición del juego vertical –ausencia de salto– y, gráficamente, al vago discurrir de un larguísimo interior afectado por una irritante mímica chillona al mínimo contacto.
Se insiste en que la impresión pública más general sobre el actual Pau Gasol pasa por estos trazos al crudo, puede que de poca justicia con su reciente pasado pero de persistente y tozuda visibilidad. Mike D’Antoni no ha conseguido solventar los problemas que afectaban a Mike Brown, esto es, no cuenta aún con legitimidad en el Staples para señalar a alguno de sus jugadores. Y sin embargo ya es dueño de una de las más duras sentencias que haya recibido nunca el jugador español, sentado porque D’Antoni “quería ganar el partido”.
El problema persiste. Y el estado actual de Gasol ha devaluado a tal punto su cotización que un traspaso, como parece exigir toda una campaña de asedio, no se produciría en buenas condiciones debido a su altísimo precio, casi 40 millones en dos años, más la falta de espacio en la plantilla angelina para acometer un multi-player deal como intercambio por él.
Cuantas declaraciones favorables provienen de la directiva tienen un componente cínico inexcusable. No conviene olvidar que Gasol ya fue objeto de un traspaso por Chris Paul que la propia liga terminó vetando. Y algún otro intercambio favorable con Gasol de por medio habría sido firmado sin el menor remilgo. Solo que ese escenario benigno, útil o simplemente probable sigue sin llegar.
Todo esto ha conducido a Gasol a sufrir la situación más infernal de su vida deportiva en el mismo palacio donde disfrutó la más gloriosa.
Pese a su anterior versatilidad forzada por los males de Bynum, por la espléndida realidad de rendir también como cinco, el intenso periodo vivido entre 2008 y 2010 fue suficiente para confirmar a Gasol como el mejor cuatro en la historia del conjunto angelino. Puede haber un componente de injusticia poética en cuanto está sucediendo. Pero la urgencia de la más poderosa franquicia de la liga no hizo temblar el pulso para la salida de Nixon, Westhead, Divac, O’Neal, Odom o Fisher en anteriores periodos de crisis, exactamente el punto donde se encuentran de nuevo los Lakers y muy en particular Gasol.
Si algo permite esperar un jugador de su extremada calidad es remontar vuelo. Pero ni es posible obviar su lamentable presente ni aun menos acusarle de la ruina angelina, causada por la idealización de un proyecto que no supo anticipar bien la mezcla de sus componentes.
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Gonzalo Vázquez